historia

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  • En el año 350 antes de Cristo Teofrasto [discípulo de Aristóteles] es el primero del que seamos conscientes hasta ahora que habla de las trufas, a las que llama vegetales desprovistos de raíces y que las engendran las tormentas veraniegas y otoñales, cuando van acompañadas de rayos y truenos, “cuando más truenos hay, más crecen”. Cuatro siglos más tarde Dioscórides sostuvo que eran raíces tuberificadas que maduran merced a una virtud secreta, mientras Plutarco presentaba la hipótesis de que las trufas nacían de la fusión de los rayos, el agua y la tierra, es decir eran una combinación de estos tres elementos, llegándolas a considerar hijas de las tempestades. El misterioso origen de estos organismos atrajo la curiosidad de Cicerón que creyó que eran hijas de la tierra fertilizadas por el sol. Porfidio más tarde las llamó hijas de los dioses. Ninguno de ellos iba desencaminado, pues ahora sabemos con certeza de la necesidad de tener el terreno soleado y de la conveniencia de las tormentas y lluvias veraniegas para obtener una buena cosecha de trufas.


  • Podemos decir sin temor a equivocarnos que el gran difusor de las excelencias de la trufa, fue sin duda Anthelme Brillat-Savarin [1755 – 1826] magistrado, gastrónomo y escritor francés al que se le debe haber elevado a la trufa a la categoría de joya, bautizándola como “El diamante negro de la cocina” y frases tan sugerentes como “La trufa no es un afrodisíaco, pero en ocasiones determinadas hace más tiernas a las mujeres y a los hombres más amables”.


  • A principios del Siglo XVIII el botánico flamenco Tournefort clasifica la trufa como una planta criptógama, es decir carente de flores, y asegura que si una trufa no se recoge madura, se deshace en la tierra, liberando una vesículas que contienen gránulos que reuniéndose en pequeños grupos dan lugar a nuevas trufas. Más tarde, otros botánicos mediante el estudio realizado con el auxilio del microscopio, observan las estructuras reproductoras de la trufa, las ascas (vesículas) que contienen las esporas (gránulos) y consideran a estas como un hongo.


  • Realmente es a principios del Siglo XIX, cuando se inicia la truficultura moderna con el agricultor francés Joseph Talon, que liga la existencia de las trufas con la proximidad de los robles, aconsejando a sus familiares y amistades “sí queréis trufas, sembrad bellotas”, siendo en la segunda mitad del siglo XIX cuando empiezan a publicarse en Francia los primeros tratados de truficultura.


  • Sin embargo no es hasta los años 60 – 70 del siglo pasado, coincidiendo en parte con el declive de las truferas naturales, cuando distintas Universidades y centros de investigación principalmente de Francia e Italia, ensayan y desarrollan distintas técnicas de inoculación controlada de trufas, fundamentalmente con Tuber melanosporum y Tuber aestivium, en distintas especies de árboles forestales, dando paso estas investigaciones a la producción comercial en viveros especializados de plantas micorrizadas, susceptibles de ser plantadas posteriormente con éxito en el campo. La experiencia ha demostrado que si bien son muchas las especies que pueden ser micorrizadas con tuber melanosporum, en la práctica únicamente se utiliza la encina y en menor mediada el quejigo (roble) avellano y coscoja.
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